“Ya no hay hombres quietos, callados, mirando el techo; hombres solos, sentados, perdiendo el tiempo; hombres solos, perdidos, buscando la manera más virgen para mantenerse de pie; hombres solos, que escriben y callan porque les resulta más tedioso decir, con la palabra inefable atascada entre lengua, glotis, paladar, labio y maxilar, viendo, apenas, cómo va cayendo la tarde, cómo el ciclo del oro verde vira hacia el apagón inexorable”.
En Rugh Rujfsh, Bastián relata el proceso de construcción de un muelle inmerso entre el oleaje de unas playas desoladas del Sur y las vicisitudes que debe atravesar una cuadrilla de obreros liderada por Passa, cuya finalidad no será otra que la de desplegar el avance de su propia escritura.
Poblada de los mismos personajes y escenarios que aparecen en las anteriores cuatro novelas de Pablo Judkovski, el título onomatopéyico de la obra invita a interpelar el alcance, el sentido y los límites de la palabra escrita. Rugh refiere al rugido de una bestia emergiendo de las profundidades marinas; Rujfsh, a la rompiente de una ola tempestuosa.