—Yo crecí en una familia de disidentes… En la cocina de una familia de disidentes… Mis padres eran conocidos de Sájarov, repartían literatura prohibida, samizdat. Juntos leímos a Vasili Grossman, a Evguenia Guinzburg, a Dovlátov… Escuchaba Radio Svoboda… Y, naturalmente, en 1991 estuve frente a la Casa Blanca, dispuesto a dar mi vida con tal de que no volviera el comunismo. No había un solo comunista entre mis amigos. Para nosotros, el comunismo era sinónimo del terror rojo, del Gulag. De las celdas.