logra que me sienta como los niños que vuelven al mundo de los mayores después de jugar en la cabaña que se han construido con trapos y cartones. Lo que tengo, lo que he conseguido desde mi instalación en París, aparece frágil y, sobre todo, provisional. No puedo contarle nada que no sea inventado, ni puedo enseñarle ninguno de los lugares que frecuento, ni la casa en que vivo, ni el amigo con el que me acuesto, ni la cocina ni la mesa ni la cama.