Cada vez que he buscado a alguno, justo antes de teclear el nombre correspondiente, me hago las mismas preguntas: ¿cuánto se habrá secado su piel, cuánto cabello habrá perdido?, ¿dónde vivirá ahora, qué trabajo tendrá?, ¿con quién compartirá su rutina?, ¿qué tanto quedará en él del adolescente que conocí, del que me enamoré? Y cuando lo encuentro, veo las fotos, lo reconozco a la vez que me parece un extraño y pienso en la necedad que sería saludarlo, chatear con él, buscar la oportunidad de recuperar la presencia que una vez tuve en su vida.