—Has tenido suerte —comentó Kamala, al despedirse—; se te abre una puerta tras otra. ¿Por qué será? ¿Eres un mago?
Siddharta replicó:
—Ayer te conté que sé pensar, esperar y ayunar, y tú encontraste que todo ello no servía para nada. Sin embargo, sirve para mucho. Te darás cuenta de que los ignorantes samanas aprenden en el bosque y saben muchas cosas hermosas, que vosotros no sabéis. Anteayer todavía era un mendigo sucio; ayer besé a Kamala; y pronto seré un comerciante y tendré dinero y todas las cosas que a ti te gusten.
—Eso es cierto —reconoció Kamala—. Pero, ¿qué sería de ti, si no fuera por Kamala? ¿Qué serías tú sin mi ayuda?
—Querida Kamala —manifestó Siddharta, al tiempo que se incorporaba—, cuando entré en tu parque, di el primer paso. Me había propuesto aprender el amor de la más bella de las mujeres. Y desde el momento en que me lo propuse, también sabía que lo lograría.