Las páginas de este libro son el paño sobre el cual Diego Chami dispuso algunos versos que el tiempo le fue dictando. Para eso dejó a un lado la comodidad que le brindaban sus ropas de narrador, se despojó de las lianas normativas del lenguaje, ahondó en cada palabra pronunciada, dispuso un puñado de ellas en distintos lugares y las combinó con palabras de otros tonos. Sin embargo, los poemas de este libro prefiguran la imagen de un mural incompleto. Estamos frente a un mosaico al que le faltan algunas piezas, lo cual nos invita a hacer el ejercicio de recrear escenarios, personajes, colores, siluetas.
Borges dijo que «el arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara». Este mural fragmentario —que acá no es sinónimo de inconcluso— probablemente muestra el rostro esbozado del poeta, que a la vez también refleja otros rostros, los rostros de aquellos que se atrevan a adivinarse allí donde una hendidura oscura sea la huella a seguir.