Manos, ¿para qué las quiero? —dijo el conductor y tomó un queso de bola.
—¿Un poco de leche? —le dijeron.
—Boca, ¿para qué la quiero? —el conductor se llevó una jarra a los labios.
Todos lo observaron en silencio hasta que dijo:
—Nunca había bebido una puerta tan sabrosa. Gracias, hermanos del camino