El departamento que alquilamos, en Villa Crespo, es un garaje reciclado: cada habitación lleva a la siguiente y no se puede llegar a una sin pasar por las otras. La cocina es la última, o la primera, si se la mira desde la puerta de entrada, y hay algo de la casa que se parece a nosotros. Quiero decir que nuestra vida en común todavía se sostiene en el dormitorio, se enrarece en el living, se agrieta en el comedor, donde ya nunca nos sentamos a cenar los tres, y termina de deshacerse en la cocina, con la fruta marchita, la montaña de platos sin lavar, la comida a base de latas y la heladera prácticamente vacía excepto por un pack de cerveza. Cada noche luchamos por mantener en pie ese último bastión que es nuestro dormitorio con el ritual del amor