Esto suponía una desviación radical de la cultura occidental moderna. Durante siglos, la práctica aceptada había sido no hablar con los muertos, sino tenerles miedo y expulsarlos de la casa por cualquier medio que fuera necesario. Eran una plaga. Los católicos llevaban a cabo ceremonias formales de exorcismo y limpieza, pero incluso las iglesias protestantes idearon sus métodos para expulsar a los fantasmas, aunque se limitasen a una simple lectura de los salmos durante días. El definitivo destierro de los no muertos, o de los demonios que fingían ser los muertos, era el exilio al mar Rojo159.