Carmilla y otras vampiras

Pero el amor siempre es egoísta. Mientras más ardiente más egoísta.

¿Tienes miedo a la muerte?
—Sí. Todo el mundo tiene miedo a la muerte.
—Pero morir como mueren los amantes. Morir juntos, para vivir juntos.

Muerta o viva, estatua o mujer, sombra o cuerpo, su belleza siempre era la misma; tan solo el verde brillo de sus pupilas estaba un poco apagado, y su boca, antes encarnada, era de un rosa pálido y tierno semejante al de sus mejillas.

Sus ojos eran un poema en el que cada mirada era una estrofa.

Nunca existieron los días en que hubieras podido amarme, pero aquella a quien en vida aborreciste, será adorada por ti en la muerte.

Es un hermoso día para los hijos de la tierra y de la vida... ¡ah, más hermoso para las hijas del cielo y de la muerte!

—¿Comerás y beberás conmigo? —pregunté, tomando una copa.

—Tú eres el único alimento que necesito —respondió—. El vino es débil y frío. Dadme un vino tan rojo y tibio como tu sangre y yo vaciaré todos los cálices

Después de todo, ¿lo oscuro no estuvo siempre en su naturaleza, en lo profundo, suspendido por las actividades de su vida cotidiana?

¡Compártelo conmigo! —gritó como si estuviera hambrienta—. Hay mucha vida en ti. Deja que beba parte de ella.

Le conté lo que pensaba hacer. Pareció interesarle pero, como ocurre siempre cuando un hombre habla con una mujer, el doctor no estaba muy dispuesto a confiar en mí.