El “escritocentrismo” en el que vive el lector contemporáneo le dificulta comprender que la invención de la imprenta, hacia 1440, no acabó de tajo con la antigua práctica de leer en voz alta. La estudiosa extrae de diversas fuentes indicios de las maneras en las que el grueso de la población española se vinculaba con los textos en esa época singular en que la obra capital de Cervantes salía a la luz y cuya divulgación se dio, sin duda, con frecuencia de manera oral. En contraste, nos ofrece un retrato del autor del Quijote donde lee en silencio, preferencia que compartía con su célebre personaje. Su reflexión aporta valiosos elementos a la discusión sobre la historia de la lectura y sus implicaciones.