«Sí, Jesús ha muerto, ha “descendido” a la profundidad misteriosa a la que la muerte nos conduce.
Ha marchado hacia la soledad más extrema, donde nadie nos puede acompañar. En efecto, “estar muerto” comporta ante todo la pérdida de la comunicación, una soledad en la que el amor ya no puede avanzar.
En ese sentido, Cristo fue “al infierno”, cuya esencia es justamente la privación del amor, la separación de Dios y de los hombres. Pero allí donde llega Él, el “infierno” deja de ser infierno, puesto que él mismo es la vida y el amor, puesto que él es el puente que une al hombre y a Dios y, por eso mismo, también a los hombres entre ellos.
Así, el descenso es al mismo tiempo también transformación: ya no existe la última soledad».