La responsabilidad de los intelectuales

Parece ser casi un universal histórico que a los intelectuales conformistas, a aquellos que apoyan los objetivos oficiales e ignoran o justifican los crímenes de las autoridades, se los honre y se les concedan privilegios en sus propias sociedades, y que a los orientados a valores se les castigue de algún modo.

El objetivo del derrocamiento, dicho con las palabras que empleó la propia administración Nixon, fue matar el «virus» que podía dar alas a todos esos «extranjeros [que] quieren jodernos»: «jodernos» por tener la simple pretensión de hacerse con el control de sus propios recursos y, en general, por aplicar una política de desarrollo independiente siguiendo líneas que no eran del agrado de Washington.

El término «disidente» (como fórmula de respeto) se usa de manera selectiva. No es aplicable, por supuesto, con todas las connotaciones favorables que lo acompañan a los intelectuales orientados a valores aquí en nuestro país o a los que combaten la tiranía respaldada por Estados Unidos en otras naciones.

Cuando decía que el poder debía estar en manos de «la riqueza de la nación», del «grupo de hombres más capaces», él se imaginaba a unos hombres cortados por el patrón del «estadista ilustrado» y el «filósofo benévolo» propios de la imagen que entonces se tenía del mundo romano. Serían «puros y nobles»: hombres «inteligentes, patriotas, propietarios y autónomos […] cuyo buen juicio podría hacer de ellos los idóneos para discernir el verdadero interés de su país, y cuyo patriotismo y amor a la justicia los convertirían en los menos inclinados a sacrificarlo en aras de consideraciones provisorias o parciales».

Osama bin Laden. Aunque el blanco de la operación, desarmado y sin protección, podría haber sido fá­cilmente apresado, se optó por asesinarlo sin más y por arrojar su cadáver al mar sin practicarle una autopsia.

Al valorar la responsabilidad de los intelectuales, nuestra preocupación básica debe ser su papel en la creación y el análisis de ideologías.

¿Deberían dejarse las decisiones en manos de los «expertos» que tienen contactos en Washington? Y aun en el caso de que manejaran los conocimientos y los principios necesarios para tomar la «mejor» decisión, ¿la tomarían siempre? Y todavía cabría una pregunta previa a las anteriores en la secuencia lógica del argumento: ¿es aplicable el «conocimiento experto», es decir, existe un conjunto articulado de teorías e información relevante que, no siendo de dominio público, pueda aplicarse al análisis de la política exterior o que pueda confirmar la corrección de las acciones actuales de un modo que unos psicólogos, matemáticos, químicos y filósofos no serían capaces de comprender?

Los intelectuales están en una posición ventajosa para sacar a la luz las mentiras de los Gobiernos, para analizar las acciones según sus causas y sus motivos, y sus (muchas veces) ocultas intenciones. En el mundo occidental, al menos, tienen el poder que les otorga la libertad política, es decir, que disfrutan de ventajas como el acceso a la información o la libertad de expresión. La democracia occidental facilita a una privilegiada minoría el tiempo, los servicios, las instalaciones y la formación necesarios para buscar la verdad que se esconde tras el velo de la distorsión y la tergiversación, la ideología y los intereses de clase, con el que se nos tiende a presentar los hechos de la historia actual.

el buen consejo de Macdonald: «Qué maravillosa es la capacidad de poder ver lo que se tiene justo delante», y tener simplemente la honradez de contarlo tal como es.

conocida frase de Marx sobre cómo la burguesía cree que «las condiciones especiales de su emancipación son las condiciones generales fuera de las cuales no es posible salvar la sociedad moderna ni evitar la lucha de clases». Luego sostiene que la era de la ideología ha llegado a su fin y ha sido sustituida (en Occidente, al menos) por un acuerdo general según el cual cada problema debe zanjarse en sus propios términos, dentro del marco de un Estado del bienestar en el que, presumiblemente, unos expertos en la gestión de los asuntos públicos tengan un papel destacado