Todavía pensaba que la vida podía ser algo tan simple como tener una novia bonita y llevarla a un parque florido y oscuro, conversar con las manos enlazadas, robar besos pequeños en el momento oportuno, sentirse ajeno al calor y al tedio de los días sin meta, hablar de cosas tan sencillas como esa vida: un juego de pelota, un recuerdo dulce, una película triste. Dejar atrás el banco del parque, incendiado de deseos, y tener un lugar remoto, propicio y cómplice, donde los besos robados crecieran hasta ser calientes baños de saliva, donde las ropas pudieran lanzarse al olvido, hacer el amor simple y desaforadamente, hasta el último agotamiento. Siempre había querido disfrutar de esa felicidad que otros conseguían con frecuencia del modo más fácil, mientras a él se le tornaba intangible, resbalosa, haciéndolo pensar que no siempre la vida resultaba algo tan simple, que los parques añorados, las novias bonitas y toda esa felicidad soñada tal vez no estuvieran en su destino.