Aun así, no es tan voraz como Nat, o no tanto como ella había previsto dadas las circunstancias. En él no se manifiestan la ansiedad ni la carnalidad atormentada que vio en otros hombres –no esa cara oculta, cuando se cierra la puerta del dormitorio–. Tampoco el deseo de imponerse, de ganar esa guerra sutil, sin declarar, hermana en ocasiones de la impotencia. La sexualidad de Andreas es la de un hombre sencillo, piensa, la de un hombre pacífico.