Cualquier hombre, matiza, porque está claro que ella no ha sido capaz. Nat no puede parar de gritar. Insiste, con la voz deformada por los nervios, en que él no tiene permiso para entrar así, en que no debe hacerlo nunca más. El casero aprieta los labios, endurece la mirada.
–¿Qué piensas, que te voy a violar o qué