Canción negra

Hubo un tiempo en que conocíamos el mundo al dedillo:

era tan pequeño que cabía en el cuenco de unas manos,

tan simple que era posible describirlo con una sonrisa,

tan corriente como el eco de viejas verdades en una oración.

La historia llegó sin trompetas victoriosas:

nos arrojó tierra sucia a los ojos.

Nos esperaban lejanos caminos sin salida,

pozos envenenados, pan amargo.

Nuestro botín de guerra es el conocimiento del mundo:

es tan grande que cabe en el cuenco de unas manos,

tan complejo que es posible describirlo con una sonrisa,

Mirando al sol, la muchacha

parpadea con los ojos llenos de lágrimas.

Mirando las nubes, reconoce

la difícil caligrafía de las despedidas.

ya es hora de convertir lo Pasado

en epopeya. Todavía no existe

De qué sirve el conocimiento de la muerte?

Por su causa se enfría el té sobre la mesa.

Para una tumba que puede estar en cualquier parte,
manojos de flores sin cortar.
Prohibido pisar la tierra.
Es pecado.
Ya solo busco con una tristeza
conocida por el mundo desde antaño:
¿dónde está?

Hubo un tiempo en que conocíamos el mundo al dedillo:

era tan pequeño que cabía en el cuenco de unas manos,

tan simple que era posible describirlo con una sonrisa,

Y es así como de pie sobre las rocas

de una tierra sacudida de los hombros

asombrados más allá del odio

devolverán al mundo los cinco puntos cardinales.

El quinto será la patria,

la patria de cada uno de ellos.

Llevo al cuello un collar.

Cada cuenta es un día de alegría

fijado por el tacto

de acontecimientos inesperados.

Las lágrimas son un robo del aliento,

el cuerpo pesa más que la muerte.

Me quema cada chispa no apagada,

me pesa cada brasa hueca.

El tiempo estaba hecho de piedra.