Un incendio invisible

Yo no soy mejor, jefe, pero al menos reconozco no entender nada y admito incluso lo que no entiendo.

Esta vez –aunque sólo sea por una vez, aunque sea la primera vez en mucho tiempo– se trata de brisa, de una ligera brisa delicada, desprovista de polvo y de pavesas.

Tejada no mencionó a Ariché, ni al otro enfermero, ni a la cocinera. Ya habría tiempo de que los descubriesen por sí mismos.

La pereza es el refugio de los cobardes,

Se dijo que en la vida siempre es así: las cosas nunca se completan.

Me gustan los finales dilatados. Me gusta ver cómo agonizan las cosas. P

Sí, todo es triste. No queda nadie de mi tiempo, quiero decir.

Pero estaba la agonía de Vado, la irrefrenable y hermosa agonía de aquella ciudad que había sido poderosa en otro tiempo.

Volvió al Madison Lenox con las manos en los bolsillos. No, a mí ya no me duele nadie, murmuró para sí, como un conjuro. También él tenía que recoger sus cosas.

–Oh, no se preocupe, jefe –contestó él riendo–. No me ofende en absoluto. A mí ya no me duele nadie.