El rey de las bolitas no es una simple compilación de columnas de temas variados. Sea que hable de oscuros alfabetos, de la infancia, de estos tiempos líquidos, de ingenieros, de por qué se viaja, de cómo sería un mundo sin números o de lo mal piloto que era Saint-Exupéry, y con un estilo inconfundible –seco, preciso, mínimo, sin una palabra sobrante–, Beltrán Mena nos tiende la mano en un paseo de observación de la realidad en el que siempre encuentra un ángulo sorprendente, un modo inesperado y engañosamente simple de decir las cosas. Mena, el escritor oculto, cree en la nitidez a sabiendas de que el mundo es borroso; admira a los que intentan la precisión siendo que el mundo es más bien aproximado. Pero también cree en el prejuicio, porque «qué placer, dejarse llevar por nuestros prejuicios, recorrer las veredas despotricando, exagerando, dividiendo el mundo en buenos y malos, sobre todo malos; qué placer volvernos pura opinión y correr pendiente abajo por la pradera del carácter».