La autora ha escrito esta breve novela como se saca una foto, sin respirar, buscando la precisión, captando el instante. No tardamos en darnos cuenta al leerlo de que el texto posee en sí mismo el poder de suscitar sentimientos a los que la angustia no es ajena. Provoca el sobrecogimiento a través del cual reconocemos uno de los poderes de la literatura: conferir a las palabras todo su poder explicativo y figurativo. Es como si Angot levantara ese velo no para asustarnos, sino a fin de que veamos y comprendamos. «Un texto asombroso, una experiencia de lectura extraordinaria. En el instante de cerrar este breve volumen, tenemos la certeza de haber leído un libro inmenso» (Sylvain Bourmeau, Libération). «La escritora explora a fondo la perversidad de su padre. Una historia implacable y alucinante… Un libro duro, metálico, que nos atrapa hasta el final. Sin duda, el mejor que ha escrito hasta la fecha» (C. Ono-dit-Biot, Le Point).