Cuenta regresiva

Que fueras feliz.
Que tuvieras una vida mejor
que la no vida que ha sido mi vida,
un destino más amplio, más lleno
de cómodas oscuridades,
de confortables caminos, de sombras verdaderas. Y no lloraras con tus manos,
ni con otras manos. Que no te dolieras hacia dentro,
hacia esa piedra ubicua
con la que suelta el mundo su tremenda noche.
Que no tropezaras en el espejo
como lo hace el hombre.
Y que pasaran de largo las cosas que no se logran,
sin hacerte daño, sin llagas, sin despertarte.
No sé si porque te amo
adivino lo que no me dices, o sólo me lo invento.
Pero pienso que el dolor
reconoce a los de su propia especie,
a los seres que le son comunes. Los que llevan
el mismo fruto adentro de los ojos.
El dolor,
ese territorio heredado.
El peor de todos los sitios invisibles,
de los espacios inundados.

Qué falso es el dolor,
y qué engañoso!

No hay muebles hablando. Y decir noche
a estas alturas del verso
es decir sólo eso:
noche.

qué bella entonces la poesía de amor
escrita siempre por el desengaño!

Dulce, dije, y estereotipada:
donde cada pantufla lleva un nombre propio y suena a catarro, a mañana fría.

Qué falta le hace entonces un buenosdías a mi pecho de hombre,
a mi estómago de humano,
a mis toros despiertos, a mis palabras!

¿Tú cómo te evitas? ¿Cómo evades tanta conciencia?

¿Le vas a cambiar los huesos
para que duerma más cómodo en las calles?

estar en el bando de los fuertes. En el equipo correcto.

y digo, bueno,
si tuvieran cuerpo.