La mano que cura

«La escribiré con sangre
con tinta sangre del corazón».

Lo sé como se saben las cosas verdaderas, con el vientre.

Lina durante lo que quedaba del viaje, como si fuera un pequeño corazón del agua. Luego, por un tiempo, le dio por coleccionar piedr

las piedras que van por el río y el agua del río y las calles y los carros y el humo de los carros y la espuma de las alcantarillas y los cadáveres y la lluvia que los moja y la noche y luego el día y luego la noche y ella y Ana Gregoria ahí sentadas las dos en

entera se le crispa a Lina igual que la de los gatos cuando se asustan o se ponen alerta. Puede ver con la mano las raíces de las plantas que se mueven. Puede sentir el aire que se le met

las matas muertas, el silencio, el miedo a caminar en la oscuridad. No sabe cómo decirle lo que le hizo a su papá esa noche en que se murió.

vacío. El jardín está igual, solo que los árboles han crecido y el olor que recuerda de su infancia le entra por la nariz de repente, concentrado: una mezcla de cobija orinada, grasa albergada entre las arrugas, tierra, lodo, piedra del fondo del río.

salón estaba lleno de viejos sentados en sillas Rimax blancas o en sillas de ruedas. Y entre ellos, parados, fantasmas.

las formas que no están del todo. El miedo la paralizó y no fue capaz de seguir a la fila de su grupo. Se quedó petrificada mirando para arriba, en medio del jardín de ceibas brujas y palmeras, a los viejos que le devolvían la

Soledad hacía, callada la boca, para amainarle las molestias a la niña, eso no era ningún problema, pero no había manera finalmente de romper la promesa. Los poderes la reclamarían co