El Cid convoca a sus vasallos; Éstos se destierran con él.
-Adiós del Cid a Vivar
Por sus ojos mío Cid va tristemente llorando ; volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados, las alcándaras vacías, sin pellizones ni mantos, sin los halcones de caza ni los azores mudados.
Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado, y comenzó a hablar así, justamente mesurado:
«¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto!
Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.»