Lo que siempre me causaba cierta irritación, en realidad, era que mis compañeros del colegio, pese a su proclividad a reírse y a hacer bromas acerca de prácticamente todo lo relativo a las desgracias que a uno pudieran sucederle, mostraran tal solemne gravedad en cuanto oían mencionar la inexistencia de mis padres. De hecho, y por extraño que pueda parecer, el hecho de no tener padres –ni ningún tipo de familiares cercanos en Inglaterra, salvo una tía en Shropshire– hacía tiempo que había dejado de suponerme un grave inconveniente