hermano y una hermana, casa grande con vestíbulo, salón, cuarto de baño, vida armoniosa, aseo vespertino, campanilla que avisa a la hora de la cena, padre hombre de negocios, madre guapa ama de casa… Llaman a sus hijos «cariño» con una dulzura infinita y los niños contestan «muchas gracias, yaya» a una atractiva señora mayor, su abuela. Nadie cuenta el dinero por la noche, los padres no discuten y nunca hay borrachos. Esos libros no hablan como nosotros, tienen sus propias palabras, sus fórmulas que me advierten de un mundo distinto del mío.