Para él, en efecto, esa mujer, que caminaba delante con sus ondulaciones, cual una ola, no era sino una mujer de la más baja estofa. Mas poseía tal belleza que uno podía asombrarse de que ésta no la hubiese elevado a una clase más alta; que no hubiese encontrado un aficionado que la hubiera salvado de la abyección de la calle, porque en París, cuando Dios planta allí a una mujer hermosa, el Diablo le da la réplica y planta allí inmediatamente un bobo capaz de sostenerla.