Había veces, a decir verdad, en que parecía que su mente permanentemente agitada sufría el peso de algún secreto, y que pugnaba por encontrar valor suficiente para exteriorizarlo. A veces, no tenía más remedio que considerarlo extravagancias propias de su enajenamiento, porque lo veía permanecer con la mirada fija, perdida durante horas, en actitud de la más profunda atención, como si estuviese escuchando algún ruido imaginario