Todo estaba justificado porque se estaba luchando “para vivir”, porque en la Gran Utopía al final la gente robaba al Estado, dueño de todos los medios de producción, prohibiendo la propiedad privada y la iniciativa individual. Por eso, para los habitantes de la Gran Utopía la venta del cuerpo era temporal y no suponía una perversión sino responder a la necesidad de luchar “para vivir”, lo que nos hizo renunciar al sistema valores morales inculcados por nuestros padres: respeto, compromiso, lealtad, responsabilidad, transparencia y una buena dosis de dignidad.
Perdimos la costumbre de actuar y dejamos de asumir responsabilidades por decisión propia, al dedicar todas nuestras energías a sobrevivir. Perdimos el dinamismo y las ganas de ser mejores. Sólo sabíamos aplaudir, como monos de cuerda con platillos en las manos, y asentir con la cabeza como si, en lugar de vértebras cervicales, tuviéramos bisagras en la nuca