Después de desgarrar la última página se quedó con la cabeza gacha unos segundos. Respiraba ruidosamente, como después de un esfuerzo importante. Luego levantó la cabeza y nos vio, y vimos que lloraba. Sin decir nada, con expresión deformada por la rabia o el sufrimiento, se metió de nuevo en su habitación a paso lento, sosteniéndole apenas sus piernas. Cerró la puerta y no salió en casi dos días. Y como había prohibido a cualquiera acercarse a su habitación cuando estaba con la puerta cerrada, no fuimos a verlo, ni para llevarle comida.