¿Qué haría si, de tanto descender y descender a las catacumbas de mi imaginario, perforaba las profundidades y me despertaba entre los ídolos terribles, embadurnados de sangre y esperma, de los arquetipos, del instinto del hambre y de la sed, del reflejo del vómito? ¿Y si perforaba incluso esa zona y me hundía en lo somático, enroscado a los riñones y las vértebras, ahogado por las células de las que nacen el pelo y las uñas, suavemente acariciado por los movimientos peristálticos de los intestinos?