Una rusa de veintiún años que vive en Brasil desde hace veintiún años menos algunos meses. Que no sabe una sola palabra de ruso pero que piensa, habla, escribe y actúa en portugués, que hace de eso su profesión y que pone en ello todos sus proyectos de futuro, próximo o lejano. Que no tiene padre ni madre —el primero, así como las hermanas de la abajo firmante, brasileño naturalizado— y que por eso no se siente vinculada de ninguna manera a su país de origen, ni siquiera por escuchar relatos sobre él. Que desea casarse con un brasileño y tener hijos brasileños. Que, si fuese obligada a volver a Rusia, se sentiría allí irremediablemente extranjera, sin amigos, sin profesión, sin esperanzas