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Oscar Lewis

Los hijos de Sánchez

  • Ismael Flores Vargasцитируетв прошлом году
    “En mi barrio —resume Manuel— o eres picudo, o eres pendejo”.
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    la familia Sánchez nos muestra cómo las condiciones materiales de su existencia, caracterizadas por falta de propiedad inmobiliaria, poca o ninguna herencia de bienes materiales, vida en condiciones de vecindad, abundancia de trabajos —casi todos inestables y todos mal pagados—, son el marco en que se van haciendo mujeres y hombres Manuel, Roberto, Consuelo y Marta.
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    La ciudad es libre, ante todo. Y generosa, en cuanto a sus muchos pliegues; miserables, cierto, pero amplios también. Pero es también implacable, y tal vez sea eso a lo que se refiere Roberto cuando dice que no hay buena voluntad. Falta, quizá, el respeto que Roberto sí encuentra en el campo, porque aquella libertad de la ciudad, basada en la movilidad como posibilidad constante —ninguno de los Sánchez es dueño de su casa, para empezar—, implica una existencia incierta, donde frecuentemente se depende de la buena voluntad del otro, y donde no se recibe fácilmente un apoyo sin recibir antes una humillación. El que apoya sin humillar es el amigo o el pariente más querido, el más entrañable, y el más escaso.
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    la Ciudad de México resulta a la vez implacable, miserable y terrible, y también amplia y generosa. Roberto, que ha viajado por toda la República, describe el fenómeno perfectamente:

    Mi patria es México, ¿verdad? Y le tengo un amor especial y profundo, sobre todo a la capital. Tenemos una libertad de expresión que no he encontrado en otras partes y, sobre todo, la libertad de hacer como nos plazca. Siempre me he podido ganar la vida mejor acá […] acá te puedes mantener hasta vendiendo pepitas. Pero en cuanto a los mexicanos, no tengo tan buena impresión. No sé si es porque yo me haya portado tan mal, pero me parece que falta buena voluntad entre ellos.
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    La Ciudad de México, con aquellos pliegues de miseria y también con su abundante generosidad, permitió, y a veces exigió, que el lazo matrimonial, que todavía se mantenía fuerte en el campo, se volviera frágil. La capacidad de reflexión de los hermanos Sánchez es, en su conjunto, impresionante y, en cuanto al tema matrimonial, es Manuel quien nos brinda el análisis perfecto:

    Cuando el pobre examina lo que cuesta una boda, se da cuenta de que no le alcanza. Entonces se decide a vivir de esta otra forma, sin el matrimonio, ¿ves? Simplemente toma a la mujer, como hice yo con Paula. Además, el pobre no tiene nada que dejarle a sus hijos y por eso no es necesario protegerlos legalmente. Si yo tuviera un millón de pesos, o una casa, o una cuenta bancaria o algunos bienes materiales, me casaría por lo civil luego luego, para proteger a mis hijos como legítimos herederos. Pero la gente de mi clase social no tiene nada. Por eso yo digo: mientras sepa que son mis hijos, me vale lo que piense el mundo.
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    Los hijos de Sánchez nos enseñan de dónde viene el México de hoy y reclaman, me parece, una deuda que en su momento les fue negada. Reclaman un esfuerzo colectivo de reconocimiento y de compensación por las penurias por las que pasó esa generación, y las que han sufrido sus descendientes, aunque sea de manera indirecta.

    Como documento histórico, Los hijos de Sánchez merece ser punto de partida de una discusión colectiva sobre la justicia en el México contemporáneo. El libro bien podría ser lectura obligada en todas las preparatorias del país: las nuevas generaciones merecen hacer una discusión cuidadosa de la experiencia colectiva que se entrevé con expresiones nítidas y en detalle singular en la historia de esta familia.
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    Hablaré más adelante de cómo reaccionó nuestra buena sociedad ante el “insulto nacional” que supuestamente era Los hijos de Sánchez, publicación que le costó su puesto a Arnaldo Orfila Reynal, el distinguido editor que en ese tiempo dirigía el Fondo de Cultura Económica.
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    La cuestión que incomodó bastante a cierta clase media de la época es que los cuatro Sánchez son inteligentes, elocuentes y muy explícitos. Aquellos lectores no querían creer que unos miserables de vecindad hablaran de esa forma, o que expresaran aquellas ideas y aquellos sentimientos. Por eso, dudaron de su existencia y alegaron que a los Sánchez los había inventado Lewis.

    La vida en la vecindad que cuentan los Sánchez con todo detalle, sin tapujos ni pruritos, no es la de la pobreza folclórica del cine nacional de la Época de Oro que unos y otros compartieron —ni Marta ni Consuelo son Chachita, ni Manuel ni Roberto se comportan como el Pedro Infante de Nosotros los pobres, por más que unos canten, otros bailen, y que todos sepan caló—.

    No. Los contemporáneos de carne y hueso de Chachita y Pepe el Toro muestran una sociedad implacable, no sólo por parte de los ricos, sino también de los mismos pobres —los padres maltratan a sus hijos, los hombres golpean a las mujeres, las mujeres se engañan unas a otras, y se vengan también de sus hermanos y de sus maridos—. No es éste el mundo católico de la redención en la pobreza, sino un ámbito en que los problemas humanos se agudizan, un mundo que los endurece a golpes.
  • Ismael Flores Vargasцитируетв прошлом году
    En este libro, los “hijos de Sánchez” le mostraron al mundo que el México moderno, próspero y optimista de aquellos tiempos, el México del “Milagro Mexicano”, era sólo una cara de la moneda nacional, y que el que habitaban los autores de esta autobiografía era la otra.

    Pero para entender el rechazo violento que provocó este libro en ciertos sectores del público de México hay que buscar más allá de los lugares comunes de la pobreza, en los detalles más brillantes de esta etnografía singular.
  • Rousцитирует3 года назад
    conservador, que tendía a culpar a los pobres de la reproducción de sus condiciones de
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