Sumergidos en la cotidianidad del escenario citadino y con la música como intermediaria, la literatura y el alcohol se convierten en los ejes para sobrellevar la decadencia y al mismo tiempo definirla. Nuestros personajes se desenvuelven en bares y burdeles, donde sus lecturas adquieren una profundidad que llega a ser pesimista tanto como poética, y se transforma así el sentido de sus experiencias. Sin perder el carácter realista, la prosa de Juan Cristóbal se acerca al exotismo, a veces con irreverencia para rescatar la anécdota risible, habitual y verosímil, pero vista bajo el cristal de la ficción.
El texto aboga con orgullo por la transparencia del estilo, mismo precepto que sus personajes refieren en alguna conversación como condición natural de la literatura. Sin dejar de lado la precisión narrativa y la claridad en la forma, el autor prescinde de artificios y recursos estéticos que «engañan al lector» para exhibir el verdadero fondo. Con esto crea una expresión de la literatura de comienzos del siglo XXI, puesta de manifiesto en un racimo de relatos a manera de autobiografía colectiva, con el rasgo común de la dipsomanía.