Las hijas de la tierra

Algunas noches Teresa gritaba en sueños. Había vuelto a dormir con Verónica y ahora yo ocupaba la habitación en el segundo piso donde instalamos a Denise. Podía oírla gritar en sueños desde el piso de abajo, eran aullidos de dolor y rabia que venían de algún lugar oscuro que Teresa intentaba enterrar. Lo sabía porque ella no hablaba del tiempo que había pasado encerrada en ese espantoso hospital.

Puede que las Veltrán-Belasco ya no estemos endemoniadas, pero algunas tardes el viento del oeste trae consigo susurros misteriosos que se cuelan por las rendijas de la casa y llenan de murmullos los pasillos vacíos y las habitaciones silenciosas.

ocultar una sonrisa—. Espero que hayas hecho las maletas, hermanito. Tú pierdes, y nosotras ganamos.

Mira a tu alrededor, Rafael: ya está hecho. Nunca más podrás volver a San Dionisio o irás a prisión, así que empieza a caminar

Pero Rafael, no hace falta que vayas hasta Logroño para quejarte —le expliqué muy despacio—. El alcalde provisional estará encantado de escuchar tus quejas, ¿verdad que sí, señora Izquierdo?

—Desde luego. Me tomo muy en serio los problemas de mis vecinos

La tarde anterior me confesó que había contado nuestro plan a las abejas para que ellas estuvieran al corriente como parte de la familia que eran.

Tú espera. En dos días pueden pasar muchas cosas

—¿Seguimos sin saber si Jimena es amiga o enemiga?

Milagros me pegó este vicio; y también el vicio de desobedecer

Fracaso, orgullo herido, ansias de poder y una mediocridad tan espantosa que hasta él mismo puede sentirla debajo de la piel. Rafael está hecho de ese material que convierte a algunos hombres en demonios