'La mujer fría' (1922) se ofrece como una muy sugestiva muestra de un punto de transición entre dos imaginarios fundamentales para la definición de la sensualidad femenina en la modernidad: el imaginario decadentista o finisecular y el imaginario vanguardista. Por una parte, en la protagonista del texto pervive la proyección de una serie de tópicos de origen romántico, filtrados por la reelaboración de que fueron objeto por la sensibilidad del fin de siglo (motivos de la 'mujer fatal', la 'mujer perdida', el vampirismo y la necrofilia). Por otra parte, se apuntan rasgos de la mujer deshumanizada, independiente, sofisticada y elusiva que se impondría en las formulaciones ficcionales de los años subsiguientes. El texto delinea una semiótica de la corporalidad que se inserta en una determinada tradición representacional; a la vez, hay una sensualización del lenguaje, que incide en la condición 'física' y 'construida' (artificial) del diseño verbal.