Hasta encontrarlos es el grito de las madres que buscamos,
de las madres buscadoras,
de las madres cuatro por cuatro,
de las luchadoras, inspiradoras, galardonadas
pero solas en un país indiferente.
¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?
Caminando el desierto, el monte, el cerro, las carreteras llenas
de huizaches y mezquites.
Haciendo hoyos en la tierra de los campos de exterminio.
Rascando con las manos en las fosas clandestinas
con la pala y con el machete,
con el picahielos y con palos de madera bajo el sol.
Hasta encontrarlos.
Caminar y caminar y caminar, buscando, buscando
con sus rostros colgados en el cuello, como amuleto.
Caminar y caminar y caminar con palos en las manos,
picando el piso con la esperanza de encontrar tierra removida.
Ciento once mil quinientas cuarenta personas desaparecidas.
Hijos, hijas, hermanos, hermanas, padres, madres.
Un día salió de casa y ya no volvió.
Llegó un comando armado, llegó una Cheyenne,
llegó una troca y lo desapareció.
Ya no creo en la justicia, ni terrenal ni divina,
creo en la justicia de las madres.