La constante de esa representación era un gran descubrimiento: la protagonista o el protagonista no era hija o hijo de quien creía. Por eso, resultaba que podía casarse con quien quería: con quien había supuesto que era su hermano, pero no lo era, o con quien había supuesto demasiado encumbrado socialmente, pero resultaba que no lo era, pues ella, que había vivido como hija de la sirvienta, o que había vivido como hija de los señores sin saber que era hija de la sirvienta, también era, a fin de cuentas, la hija secreta de un señor.