La Pasión Turca

Es curioso que, así como la maternidad enlaza a cada hembra con todas las demás, porque significa la solidaridad de la especie y una delegación de la Naturaleza, la paternidad es lo que individualiza al hombre, no sólo frente al resto de los machos de la zoología, sino frente al resto de los hombres.

Quizá escribo para sentirme materialmente más acompañada cuando él no está. Y quizá porque, para el que ama, proclamar que ama, aunque sólo sea ante él mismo, es una satisfacción tan grande casi como la del amor.

Una amante no se está quieta nunca: se renueva. Debajo del aparente abandono femenino hay una auténtica promoción; si alguna es elegida es porque subrepticiamente eligió antes; el seductor es seducido de antemano, aunque no lo perciba. Ese juego de los instintos está a nuestro favor, pero hay cosas en contra. Por ejemplo, la materialidad misma de los sexos, de los sexos físicos.

No sé si me entendéis: la repartición de los bienes originó la propiedad privada; la moralidad y el respeto a la familia originaron la prostitución; el nuevo orden machista originó la desigualdad y el desorden

Nosotras, al ser madres, somos más animales; el hombre, al ser padre, es más humano. En los animales la paternidad no es decisiva: se acaba con la fecundación o muy poco después.

Un símbolo del éxito que le ha acompañado durante casi dos décadas lo constituye

«el tábano me ha forzado a elegir entre el dolor y la nada. En el amor o se crece o se muere...».

Cuando un amante no obtiene la respuesta que anhela es que carece de la fuerza necesaria para provocar su reflejo en el otro.

—«Tú eres el perfume del mundo. Nunca podré despedirme de ti, porque vienes conmigo...»

Tú me amas; lo sé. A tu manera, también lo sé. No sabrías amarme a la mía, ni te sería posible, como no podría yo amarte a la tuya,