Teresa no sabía hacer nada, salvo tocar el piano y ser hermosa. Y yo, de alguna manera, sentía que ser hermosa podía ser la única labor que Dios les asignaba a ciertas personas; la belleza parecía ser una especie de mensaje o misión que Él les encargaba. Y así, para mí, Teresa, tan esbelta, tan llena de armonía y esplendor, me parecía un manantial, un fresco y rumoroso manantial que nos hacía sentir contentos y con el deseo de ser bondadosos.