Desde sus mismos inicios, por tanto, el ser humano incluía –es decir, contenía literalmente en su cuerpo– los quarks, las partículas subatómicas, los átomos, las moléculas, las células procariotas, las células eucariotas, los organismos, la bioquímica básica pionera de las plantas, la cuerda neural de los peces y los anfibios, el tallo cerebral de los reptiles, el sistema límbico de los paleomamíferos (como, por ejemplo, los caballos), la corteza de los primates y su culminación misma, el cerebro trino y el neocórtex, el holón más complejo de todo el Kosmos (cuyo número de conexiones sinápticas neurales supera al de las estrellas de todo el universo conocido).