En 1790, un año después del estallido de la Revolución francesa, el marqués de Sade es puesto en libertad en el manicomio de Charenton, donde había sido trasladado desde la prisión de la Bastilla. Entre 1787 y 1788 Sade había redactado en veinte cuadernos una serie de narraciones ordenadas de manera que a una “aventura pícara” siguiera una aventura seria o trágica. Al quedar en libertad y acuciado por necesidades económicas, Sade decide a instancias de su editor relegar estas historias y dar a la imprenta en su lugar una serie de novelas libertinas anónimas, de cuya paternidad renegará una y otra vez, como La filosofía en el tocador y La Nueva Justine. Pero en los años siguientes, sus pretensiones literarias y un afán por salir del anonimato le mueven a preparar meticulosamente las once “nouvelles” que van a formar Los crímenes del amor. La obra aparecerá en 1800, y es la primera que publica con su nombre. Para poder inscribirlo en la cubierta, Sade ha tenido que suprimir términos escandalosos, “escabrosos o impíos” de labios de sus libertinos: el erotismo inicial queda suavizado ante el temor a ser acusado de indecencia por la censura. Abre la colección, que se publica por primera vez íntegra en castellano (incluidos los fragmentos suprimidos por el autor), una trama basada en un hecho histórico, Juliette y Raunai, y conforme avanza el volumen, Sade se va liberando de la descripción y comienza a ofrecer personajes cada vez más monstruosos. Así, a partir del relato Rodrigo, o la torre encantada se abre paso el tema del incesto, que alcanza alturas trágicas y edípicas en las últimas historias. Incesto buscado como forma suprema del amor en Ernestina, o cometido por error en Florville y Courval, o el fatalismo. El “divino marqués” logra una negrura ambiental y psicológica propia de la novela gótica en estos relatos, que describen el viaje de la pasión hacia el crimen.