tu familia.
Veía en sus ojos que lo intentaba, pero estaba claro que no funcionaba. Le dolía muchísimo. Así que le acerqué el brandy y seguí dándole sorbitos hasta que Anne acabó.
Cuando todo hubo terminado, me pregunté si America se acordaría siquiera de aquello. Después de que Anne le envolviera la herida con una venda, nos echamos atrás y nos quedamos mirando, mientras America cantaba un villancico infantil, al tiempo que trazaba dibujos imaginarios en la pared con el dedo.
Anne y yo nos sonreímos al ver sus torpes movimientos.
—¿Alguien sabe dónde están los cachorrillos? —preguntó America—. ¿Por qué están tan lejos?
Las dos nos llevamos la mano a la boca, riéndonos con tantas ganas que se nos saltaban las lágrimas. El peligro había pasado. America estaba bien. Ahora, en su cabeza, lo más urgente era encontrar a los cachorrillos.