La seta del fin del mundo

Sin los sonidos y olores del bosque —me dijo el anciano—, un hombre se consume.

matsutake era un placer elitista, un símbolo del privilegio de vivir en el marco de una ingeniosa reconstrucción de la naturaleza destinada a satisfacer sus refinados gustos.[15]

En un estado de precariedad global no tenemos otra opción que buscar la vida en esas ruinas.

bien me niego a reducir la economía a la ecología o viceversa, sí existe una conexión entre economía y medio ambiente que parece importante introducir desde el principio: la historia de la concentración humana de la riqueza haciendo que tanto los humanos como los no humanos se conviertan en meros recursos de inversión

Gracias a los nutrientes que proporciona a los árboles, el matsutake ayuda a los bosques a desarrollarse en lugares de aspecto espeluznante. Tomar el matsutake como guía nos revela posibilidades de coexistencia en el marco de la perturbación medioambiental.

La predisposición del matsutake a brotar en paisajes devastados nos permite explorar la ruina en la que se ha convertido nuestro hogar colectivo.

por otro, a pesar de que las promesas de desarrollo siguen atrayéndonos, parece que hemos perdido los medios para lograrlo.

El espectro que muchos intentan no ver es fácil de captar: el mundo no se «salvará». […] Si no creemos en un futuro revolucionario global, debemos vivir (como de hecho hemos tenido que hacer siempre) en el presente.[8]

las vidas incontroladas de las setas son un regalo —y una guía— cuando nos falla el mundo controlado que creíamos te

Entonces soy consciente de que todavía hay placeres en medio de los terrores de la indeterminación.