Armenia, el país en el que todo es posible, el país que, como eterna Arca de Noé, pone a resguardo de tempestades humanas y de las otras, variopintas especies de su cultura milenaria. Allí se convive con una historia extravagante en la que persas, árabes, mongoles, turcos y rusos han querido llevar el timón. Aún hoy Armenia, el viejo país de cuatro mil años, el primero de la cristiandad, el que ejerce de bisagra entre oriente y occidente, mantiene más del doble de su población en la diáspora. Ser armenio significa ser superviviente: guerras, invasiones, terremotos, masacres y un pavoroso genocidio que se llevó un millón y medio de vidas, según sus cuentas.
Este libro habla de historias imposibles, pero ciertas. Personajes que levantan hoy el país con mucho amor y mejor humor. Virginia Mendoza entra en sus casas y comparte mesa con algunos de los últimos supervivientes de ese genocidio, visita a los yazidíes que rinden culto a Melek Taus, el Ángel Pavo Real, o a los cristianos molokanes, bebedores de leche; habla con la viuda del constructor de un templo subterráneo para salvar a la humanidad del fuego; nos presenta a los homenajeadores de Jachaturian y a la nieta de una esclava. Voces sabias, a veces llenas de melancolía, pero siempre esperanzadas. No deja de ser una ironía amarga que el símbolo de su identidad, el monte Ararat, esté del otro lado de la frontera como emblema de la presencia de una ausencia. Pero «no intentes comprender. Esto es el Cáucaso», dicen por ahí.