se entrenaba en las artes del recogimiento, que son el silencio de la contemplación, el abandono lleno de amor en el espíritu, el hacer bien a los pobres y la oración con sacrificio. Y su espíritu se tornó más alegre, su manera de hablar se había suavizado aun cuando se dirigía al más humilde de los siervos, y sus allegados lo amaban más que nunca. Era un amparo para los pobres y un consuelo para los desdichados. Velaban su sueño plegarias de muchos hombres, que ya no lo llamaban, como antes, «El Rayo de la Espada» ni «La Fuente de la Justicia», sino «El Campo del Buen Consejo»