Pensar que yo daba miedo era inconcebible. Yo, que no sentía en mí más que ternura y compasión… ¡Ay! Hubiera deseado poder desencadenar el viento para que arrastrara más allá del horizonte las blancas viviendas de los amos, ordenar al fuego que elevara sus llamas y las hiciera arder, a fin de que toda la isla fuera purificada, consumida. Pero no tenía este poder. Sólo sabía ofrecer consuelo.