Nadie comienza así a presentar a Safo y a su poesía, y por ello ofrezco una disculpa; en Safo cada palabra adquiere un peso y una permanencia tan directamente proporcionales a su escasez, que uno se pierde con facilidad en ese pequeño bosque, denso, muy hermoso, una balaustrada desde donde se atisban restos de la sustancia de lo primigenio, tan escasos precisamente, que dan ganas de llorar.