Safo

Nadie comienza así a presentar a Safo y a su poesía, y por ello ofrezco una disculpa; en Safo cada palabra adquiere un peso y una permanencia tan directamente proporcionales a su escasez, que uno se pierde con facilidad en ese pequeño bosque, denso, muy hermoso, una balaustrada desde donde se atisban restos de la sustancia de lo primigenio, tan escasos precisamente, que dan ganas de llorar.

4 con placer hablas

y ríes encantadora; a mí por ello

el corazón, en el pecho, me vuela;

pues si te miro un instante, decir ya

8 nada es posible:

la lengua se me rompe, y al momento

un fuego agudo me recorre la piel;

con los ojos nada veo, y me zumban

12 los oídos;

y un sudor me empapa, y de mi toda

un temblor se apodera; soy más verde

que hierba y parece que poco falta

16 para morir.

pero todo ha de soportarse...

pero no soy alguien de rencoroso
carácter, sino que tengo un corazón sereno

Y aunque su voz es radiante como la luz del día, completamente solar, su poesía es lunar, nocturna.

Sus poemas y fragmentos han transitado la noche entera de los tiempos; algunos de los avatares que debieron ocurrir para tener su obra entre las manos, tan completa como es posible al día de hoy, serían digno tema para más de una historia de novela, si prefiriéramos la poesía a la filosofía.

Calímaco, el poeta alejandrino, fue el primero en intentar una clasificación de la literatura griega al dividir a los escritores por categoría y ordenarlos alfabéticamente.

incombatible, pues resulta mucho más definitivo: el amor es una fuerza primordial, primaria, contra la cual es imposi

imposible luchar; es inconquistable, irresistible, incontestable.

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a ti, como semejante a los dioses, te

5 celebra, y tu canto mucho complacía.

Y ahora brilla entre las mujeres lidias

como la luna de rosados dedos

8 después de ponerse el sol,

a todos los astros sobrepasando; y su luz

se extiende sobre el mar salado

11 como sobre los muy floridos campos;

y el rocío se derrama bellamente, y

brotan las rosas y el delicado

14 perejil y el trébol florecido;

—Si tuvieras deseo de cosas justas o hermosas y tu lengua no removiera decir algo dañino, la vergüenza no ocuparía tus ojos sino que hablarías de lo que es justo.