Fernando Báez

El mejor análisis que existe actualmente sobre lo ocurrido en Argentina sobre censura y destrucción es Un golpe a los libros de Hernán Invernizzi y Judith Gociol. Al leer sus páginas uno llega a la conclusión de que las dictaduras no reprimieron la cultura por someter exclusivamente a un sector y subordinarlo sino que se trató de una depuración sistemática, organizada con el propósito de modificar la memoria histórica.

Desde hace cincuenta y cinco siglos se destruyen volúmenes, y apenas se conocen las razones. Hay cientos o miles de crónicas sobre el origen del libro y de las bibliotecas, pero no existe una sola historia completa sobre su destrucción. ¿No es esta ausencia sospechosa?

El libro es el que le da volumen a la memoria humana. El libro, pese a su connotación portátil, objetiva la memoria: es una unidad racional que representa por medios audiovisuales, impresos o electrónicos una voluntad mnemónica y lingüística.

La destrucción de libros pública o privada se cumple casi siempre en melancólicas fases que se alternan: restricción, exclusión, censura, saqueo y finalmente destrucción.

Como es sabido, Thoth, a quien los egipcios también llamaban Djehuty, fue la divinidad encargada de inventar la escritura entre los egipcios; ejerció, también, el cargo de secretario de las más oscuras divinidades mayores y menores. Estableció el primer calendario y usó la lira.

Al principio, el texto se escribía sin divisiones, sin puntuaciones y sin minúsculas. Se escribía en columnas.

Los bizantinos hicieron uso sobre todo de tres tipos de materiales para los libros: papiro, pergamino y papel.

Es raro, pero así como se persiguen hombres se han perseguido libros en la historia.

La Inquisición fue una de las instituciones judiciales de naturaleza religiosa más severas que haya podido crear el hombre para combatir la disidencia y el pensamiento heterodoxo.

Francia ha sido la cuna de la libertad europea porque también ha sido la cuna de la censura.