No soy en absoluto un virtuoso del piano, me dije, no soy un intérprete, no soy un artista reproductor. Ni un artista siquiera. Lo degenerado de aquel pensamiento me había atraído enseguida. Todo el tiempo, mientras iba a casa del maestro, había dicho, una y otra vez, esas palabras: ¡Ni un artista siquiera! ¡Ni un artista siquiera! ¡Ni un artista siquiera! Si no hubiera conocido a Glenn Gould, probablemente no habría renunciado a tocar el piano y me habría convertido en virtuoso del piano y quizá, incluso, en uno de los mejores virtuosos de piano del mundo, pensé en el mesón. Cuando encontramos al mejor, tenemos que renunciar, pensé.